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Una apuesta por Colombia

  • Foto del escritor: SC Periodista
    SC Periodista
  • 22 sept 2019
  • 2 Min. de lectura

La primera columna de opinión que llevé a cabo se hizo en el marco de las elecciones presidenciales 2018 en Colombia. Aunque para la actualidad quedó algo alejada, en cuánto a principios y pensamientos concretos (lejos de nombres), perdura la base de lo que considero.


Entre más se acerca el 27 de mayo, más tóxico resulta el ambiente del país. Enseñados no a respetar el pensamiento del otro sino a querer cambiarlo, si aquel no lo permite, lo tildamos de ignorante o, incluso, llegamos a atacarlo. Vivimos inmersos en la polarización y, durante épocas electorales, alimentamos cada vez más estas brechas.


A lo largo de su historia, Colombia ha vivido grandes desilusiones políticas; el guion repetido de los candidatos, la incoherencia durante su mandato, el pago de favores a quienes invirtieron en sus campañas políticas y la generación de miedo/violencia en la sociedad son de los puntos que reflejan que la deshonestidad es la constante cuando de hacer política se refiere. Se aqueja que el país tiene índices de abstencionismo muy altos -y sí-; pero, para que la gente vote, se necesita una reforma política: una forma distinta de dirigir.


Previo a las elecciones del congreso, el representante de la cámara, electo por Bogotá del partido verde, Mauricio Toro, utilizó como slogan la siguiente frase: “Si los políticos no pudieron ser ciudadanos, nos tocó a los ciudadanos ser políticos”. Aunque no haya votado por él, encuentro mucha afinidad con su frase; esta refleja, entre otras cosas, la indignación de gran parte de los colombianos, cansados de ver cómo la administración del país se convirtió en un negocio de unos cuantos. A simple vista, dentro de la élite política se encuentran apellidos que comienzan a ser repetitivos. Y ojalá fuera por mera coincidencia.

Una parte importante de la población quiere nuevos nombres; nuevas alternativas. Pero, las nuevas caras no pueden seguir hundiendo el barco nacional. Su compromiso es, por más utópico que suene, nadar contra la corriente, unir un país tan fragmentado, derrotar a la corrupción; todo esto con transparencia, decencia y honestidad.


Ni Uribe/Duque ni Petro son solución. Representan los dos extremos del país; de llegar al poder alguno, la sociedad quedaría totalmente separada, y podrían romperse las relaciones interpersonales entre sus fanáticos. La solución tampoco es Vargas Lleras, quien representa la tradición política familiar (más de lo mismo). Necesitamos un cambio, una renovación.

Las opciones restantes son De La Calle y Fajardo, quienes quisieron aliarse, pero ya muy tarde. El primero es un hombre con buenas intenciones, pero crucificado por salir del gobierno más impopular de la historia del país. El segundo, con la educación y la decencia como ideales, se muestra como la opción diferente; sin un pasado que lo traicione o contradiga, podría alcanzar la casa de Nariño con méritos propios, no llenándose de favores ni engaños.


No la tiene fácil. Se le acusa de tibio, pero es porque sus antecesores han malacostumbrado al país a la práctica violenta; él prefiere la reconciliación y unión. Sí, Fajardo es una apuesta. Pero la única alternativa que tiene el país, cansado de desilusiones, es esa: apostar.

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SC Periodista.

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